16/3/14

Artículo que analiza la relación entre el maltrato animal y la violencia a posteriori con seres humanos

Primero mutilaron a sus animales, después mataron a sus compañeros 

Por Ruth Toledano en diario.es

Fuente: diario.es

Bicho, cachorro de tres meses maltratado por un grupo de niños en un suburbio de Cruz del Eje (Argentina)

La masacre de Columbine
Los adolescentes Eric Harris y Dylan Klebold estudiaban en la Escuela Secundaria de Columbine, Colorado. El 20 de abril de 1999 mataron en su colegio a 13 compañeros y a un profesor, e hirieron a 24 personas más. Después se suicidaron. Habían provocado la quinta mayor masacre de esas características que se ha vivido en los Estados Unidos y una de las peores que recuerda el mundo.
¿Se pudo haber evitado aquella tragedia? Posiblemente. Según la criminología contemporánea, habría habido oportunidad de intervenir en el desarrollo psicológico de estos dos jóvenes asesinos si se hubiera dado importancia a un indicio revelador: de niños, ambos habían maltratado y mutilado a sus mascotas.
“La violencia es violencia”, sentencia la CoPPA ( Coordinadora de Profesionales para la Prevención de Abusos), que considera que ha llegado el momento de tener en cuenta el impacto social que conlleva el maltrato a los animales: tal y como recoge la National Link Coalition (organización similar en EEUU, que incluye a criminólogos, policías y hasta agentes del FBI), el 50% de los “schoolyard shooters” (asesinos en las escuelas) tiene historiales previos de crueldad hacia los animales.
El ciclo de la violencia
Si la sociedad (antropocentrista, especista) no considerara que un perro solo es un perro o un gato solo es un gato, habría podido evitar mucho sufrimiento a los animales cercanos a Eric y a Dylan. Pero, además, quizás habría salvado a muchas personas en Columbine, porque previamente habría tratado de salvar de sí mismos a Eric y a Dylan. Si hubieran considerado violencia su comportamiento cruel con los animales cercanos, los responsables familiares, educativos y comunitarios de estos menores habrían podido (en realidad, habrían tenido la obligación de) desarrollar un vínculo de compasión que, según CoPPA, es el resultado de un proceso racional que, sumado a un proceso emocional, conlleva una sensibilización.
La CoPPA (colectivo de profesionales, organizaciones y expertos de la psicología, la psiquiatría, la pedagogía y la sociología) nació en Latinoamérica con el objetivo de favorecer la defensa y la protección de comunidades, grupos y seres especialmente vulnerables. Promoviendo cambios en la legislación, la educación y los patrones socio-culturales, trabajan en la prevención del abuso y maltrato de los grupos e individuos más indefensos de la sociedad. Entre ellos, incluyen a los animales. Están convencidos de que promoviendo una legislación y unas políticas públicas éticas y compasivas, también con los animales, se detendrá “el ciclo de la violencia”.
Eric y Dylan se habían formado en ese ciclo de la violencia. Un ciclo que desvela los vínculos que existen entre el maltrato a los animales y los crímenes violentos ; la violencia doméstica; el maltrato, abusos sexuales y abandono de menores; el maltrato a personas mayores; la violencia escolar. Según la Comisión del Crimen de Chicago, el 82% de los infractores y delincuentes detenidos por maltrato animal ha sido arrestado previamente por agresiones y posesión de armas. De igual modo en sentido contrario: el maltrato animal resulta ser mejor predictor del abuso sexual que los antecedentes penales por homicidio, piromanía o delitos de armas de fuego, pues todos los condenados por homicidio sexual declaran tener un pasado de crueldad con los animales. El Dr. Frank Ascione, del Departamento de Psicología de la Universidad de Utah, ha estudiado en profundidad que los actos de maltrato animal en la infancia son algunos de los indicadores más fiables de unos trastornos de conducta que pueden acabar siendo tan graves como los del instituto de Columbine.
La experiencia en Latinoamérica
En un estudio presentado en Lima (Perú) en el año 2012, la doctora Carolina Castaño Rodríguez, coordinadora de CoPPA y profesora en la Australian Catholic University, concluyó que todos los estudiantes que presentaban altos niveles de agresión habían participado en actos de maltrato a animales cercanos. Muchos de ellos eran, asimismo, víctimas de una violencia que los había desensibilizado.
La CoPPA había aplicando en Bogotá (Colombia) una prueba piloto de educación para la compasión, con niños procedentes de ambientes muy violentos, obteniendo espectaculares resultados: identificaron sus emociones y reconocieron su propia capacidad de sufrir y la de sus compañeros; entendieron las situaciones que afectan a otros, humanos y animales; y reconocieron que sus acciones pueden herir a otros, humanos y animales. Al desarrollar su empatía por animales de otras especies, los niños de Bogotá lograron generar cambios en su comportamiento que supusieron el descenso de la violencia escolar e interpersonal, y de sus conductas antisociales.
Cuando Susana Baca, cantante, compositora y folclorista afroperuana, que fue ministra de Cultura de Perú y presidenta de la Comisión Interamericana de Cultura de la OEA, conoció los resultados de este trabajo declaró: “ Muchos pueden sorprenderse del estrecho vínculo entre violencias que nos ofrecen estos datos. Pero a mí lo que me sorprende es que en algún momento hayamos pensado que eran violencias diferentes   ”.
PRODA, la experiencia en España
PRODA es un grupo de profesionales de diferentes disciplinas (educación, derecho, psicología, filosofía, etología, veterinaria y medicina, entre otras) que trabaja por los derechos de los animales humanos y no humanos para mejorar el respeto y la convivencia en beneficio mutuo. En diversos centros educativos de la Comunidad Valenciana han aplicado durante 9 años un programa similar al de CoPPA, impulsado por la Dra. Laura Dolz Serra (profesora de Psicología Básica de la Universidad de Valencia), por cuyos resultados han recibido incluso la felicitación oficial de su Consejería de Educación, que ha reconocido que su aplicación “mejora la conducta prosocial del alumnado”.
Aprovechando la gran afinidad emocional que desde muy temprana edad existe entre los niños y los animales, y el importante papel que desempeñan los animales en el desarrollo infantil (a través de los cuentos, las películas, los muñecos, el teatro), el programa de PRODA ha llegado a muy esperanzadoras conclusiones: los profesores han percibido una disminución en la agresión física y verbal de los niños, una disminución de la inestabilidad emocional de los niños y el aumento de su empatía. A través del respeto a los animales se ha reducido el bullying y la violencia interpersonal de los menores
El Gobierno del PP incumple las recomendaciones de la ONU sobre protección a la infancia
La Organización para las Naciones Unidas (ONU), por medio del Comité de los Derechos del Niño, integrado por 18 expertos en el campo de los derechos de la infancia procedentes de distintos países del mundo, se pronunció recientemente de forma expresa en contra de que los niños participen y asistan a eventos taurinos. Así lo expresó el Comité en las observaciones finales dirigidas a Portugal tras el examen del informe presentado por este país para dar cuenta ante los expertos internacionales de sus medidas adoptadas para proteger a la infancia, en virtud de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN).
España también ha ratificado dicha Convención, pero no solo vulnera su contenido de manera sistemática sino que promueve desde las instituciones esa vulneración, al exponer a la violencia física y mental a los niños que asisten a las escuelas taurinas, a los niños que entrenan y actúan en plazas de toros o ganaderías privadas y a los niños que son espectadores de corridas de toros y otros eventos taurinos.
De ello nos ocuparemos en un próximo post. Aquí solo añadir que si Eric y Dylan, los adolescentes asesinos de Columbine, hubieran sido españoles, no solo habrían mutilado a su mascotas sino que, además, habrían estado expuestos a una violencia oficial contra los animales que sin duda se sumaría a su propia violencia y acaso ayudaría a precipitar su masacre. Pues, ¿cómo esperar compasión desde la crueldad?

18/2/14

Que pasa en España y porqué tiene que pasar

Se ruega máxima difusión

 Vicenç Navarro, Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University

           Si usted, lector, no está indignado es que no sabe qué está pasando en su país. Seguro que es consciente de que la situación económica y social del país no está yendo bien. En realidad,  está yendo muy mal. El desempleo ha alcanzado niveles récord en la Unión Europea y en España.

             Y las agencias internacionales más fiables dicen que la economía española no alcanzará los niveles de desempleo que tenía antes de que se iniciara la crisis hasta veinte años (sí, ha leído bien, veinte años a partir de ahora). Y puesto que el desempleo juvenil es el doble del general, estos pronósticos quieren decir que estamos quemando nuestro futuro, pues muchas generaciones jóvenes estarán en una situación desesperada, habiendo sido convertidas en inservibles.

             Esta situación de los jóvenes está también afectando negativamente al futuro de la Seguridad Social, contradiciendo, por cierto, el famoso argumento de que el problema de las pensiones es que hay demasiados ancianos y muy pocos jóvenes. La falacia de este argumento queda claramente al descubierto en la crisis actual. El problema de las pensiones no es que no haya jóvenes sino que no hay trabajo para ellos. Este es el problema que el famoso argumento catastrofista basado en la transición demográfica oculta.

           Esta crisis ha sido consecuencia de unas políticas públicas llevadas a cabo por gobiernos bajo el mandato de instituciones altamente influenciadas por la banca, tales como el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Se lo digo yo, que soy Catedrático de Políticas Públicas y he visto muchos casos antes, en otros continentes, que experimentaron crisis muy semejantes. En realidad, a finales del siglo XX, Latinoamérica sufrió una situación muy parecida.

          Estos bancos que tienen una enorme influencia política (muy, pero que muy marcada en España, donde el gobierno Rajoy es un mero instrumento de la banca), están forzando e imponiendo políticas que son la causa de la crisis.

             Cito solo un detalle. El gobierno Rajoy está recortando y desmantelando el Estado del Bienestar de España (lo mismo ocurre en Catalunya con el gobierno de Artur Mas), recortando y recortando gasto y empleo público a fin de reducir el déficit y la deuda pública. Estos recortes están contribuyendo a destruir empleo y bajar la demanda que debería estimular la economía. Ahora bien, a pesar de los recortes, la deuda pública española continúa subiendo y subiendo, ascendiendo ya a 664.000 millones de euros (lo cual es mucho dinero). Usted y yo pagamos los intereses de esta deuda, que representa ya el segundo capítulo del presupuesto del Estado después de la Seguridad Social.

             Este dinero suyo y mío va a los bancos que han comprado esta deuda. Hoy los bancos españoles tienen casi la mitad de esta deuda, 299.000 millones. La pregunta que debe hacerse es: ¿Y de dónde saca el banco el dinero para comprar la deuda? Pues, mire usted, por mucho que le sorprenda, procede de préstamos públicos. Cada año los bancos españoles piden prestado dinero al Banco Central Europeo, BCE, una institución pública (que no funciona en realidad como un banco central, sino como un lobby de la banca), a unos intereses bajísimos, menos del 1%. El BCE se lo presta para que los bancos se lo presten a usted y a mí, y a las pequeñas y medianas empresas, y así se resuelva el enorme problema de falta de crédito que ha paralizado la economía.

           No sé si usted ha intentado conseguir un préstamo de la banca. Si lo intenta, verá que no es fácil. ¿Y, por qué no es fácil, si reciben tanto dinero del BCE? La respuesta no es difícil de ver. Los bancos ganan mucho más dinero comprando deuda pública a unos intereses muy altos (que el discurso oficial indica que el Estado necesita ofrecer para que los Estados puedan conseguir prestado dinero de los bancos), de un 4%, 6%, o incluso 13%. Imagínese el chollo que significa que reciban dinero a menos del 1% y con ello compren bonos que les generan una cantidad de dinero muchas veces mayor que la que pidieron prestada del BCE. ¿Se da cuenta?

            Y, sepa usted, que los banqueros en España están entre los mejor pagados de la Unión Europea. Y los bancos más importantes de España han estado entre las empresas con mayores beneficios. Si después de leer todo esto no se ha indignado, es que no me he explicado bien.

         Pero si me ha entendido bien, entonces prepárese para incrementar su nivel de indignación, pues todo esto es totalmente innecesario. Todo este enorme sufrimiento, incluido el elevado desempleo, es totalmente evitable. Es, repito, innecesario y dañino y existe única y exclusivamente para el beneficio primordialmente de la banca. La solución a esta situación es extremadamente fácil. El BCE debería prestar el mismo dinero, no a la banca privada, sino a los Estados, y dejar que estos lo ofreciesen a usted, a mí y a las pequeñas y medianas empresas, al mismo tipo de interés que el Estado lo recibe del BCE. Mire que fácil.

           Y usted preguntará ¿Y por qué no se hace así? Pues porque la banca tiene un enorme poder sobre el BCE, sobre las instituciones que gobiernan la Eurozona, sobre el gobierno español y, no lo olvide, sobre los medios de información y persuasión. Y un ejemplo de ello es que este artículo que ha estado leyendo no se publicará en ninguno de los cinco rotativos más importantes del país. De ahí que le sugiera que lo distribuya ampliamente entre amigos y familiares, porque la escasísima democracia que tenemos tiene que cambiarse y ello empezará por tener una ciudadanía informada, que es lo que no tenemos.

8/1/14

PRIVATIZACIÓN DE LOS REGISTROS CIVILES

PRIVATIZACIÓN DE LOS REGISTROS CIVILES

Información importante a tener en cuenta

• Sabía usted que el Registro Civil es un Registro público y gratuito desde su creación en el año 1870?

• Sabía usted que el Ministro de Justicia, Alberto Ruíz Gallardón, quiere privatizarlo y que sean los Registradores de la Propiedad los que lleven el Registro Civil?

• Sabía usted que, si sucede tal cosa, tendrá que pagar como mínimo entre 20 y 30 euros por las partidas de nacimiento, de matrimonio, de defunción…

• Sabía usted que las aplicaciones informáticas del Registro Civil costaron a todos los españoles unos 130 millones de euros, y que se pondrán gratuitamente a disposición de los Registradores de la Propiedad?

• Sabía usted que los funcionarios que llevan el Registro Civil continuarán en los Juzgados, por lo que la medida no supondrá ningún ahorro?

• Sabía usted que el Presidente del Gobierno, dos de sus hermanos y la nuera de Gallardón son Registradores de la Propiedad?

• Sabía usted que el lobby registral de los hermanos Rajoy ya había reclamado al anterior Gobierno la entrega de la llevanza del Registro Civil de forma que ese servicio público pasara a ser otro negocio privado de explotación comercial de los registradores de la propiedad?

• Sabía usted que el número de Registradores de la Pro­piedad de toda España no llega a 800?

• Sabía usted que los Registradores de la Propiedad prestan un servicio público en régimen de monopolio y perciben sus retribuciones directamente de los usuarios privados o públicos?

• Sabía usted que el beneficio industrial de los registradores en cada uno de sus registros es del 60% y que con la asunción del Registro Civil, las ganancias estimadas a repartir entre 800 registradores de la propiedad se acercaría a los 180 millones de euros más al año?

• Sabía usted que esos 180 millones los pagaríamos los ciudadanos en forma de arancel registral?

• Sabía usted que en toda Europa los registradores son asalariados del Estado?

• Sabía usted que la legislación hipotecaria que aprobó el propio Mariano Rajoy siendo Ministro de Administraciones Públicas del Gobierno Aznar, legitimó la posibilidad de que un Diputado o un Ministro pueda seguir siendo titular del Registro de la Propiedad teniendo a un compañero que le “lleva” el Registro mientras él está en la política?

• Sabía usted que, según denuncia la Asociación de Usuarios de Registros, Rajoy mantiene la plaza como registrador en Santa Pola, que le ha procurado unos 20 millones de euros (más de tres mil trescientos millones de pesetas)?

Pues si no lo sabía, ahora ya lo sabe.

3/12/13

Es la prensa neutral, o está manipulada


Sirva este vídeo para concienciarnos de que la prensa en España esta vendida a los poderes principalmente financieros pero tambíen fácticos. Nos informan de lo que nos interesa y de lo que no interesa nada de nada.

Por favor intentar pasar el enlace del vídeo a la mayor cantidad de personas, ya que como se dice en él, es lo que hace daño a estos manipuladores.


7/9/13

¿Austeridad o Juegos Olímpicos?

Fuente: Alberto Montero Soler
 http://www.eldiario.es/zonacritica/Austeridad-Juegos-Olimpicos_6_172592753.html


Que un país como esta España aspire a unos Juegos Olímpicos, evento en el que se encarnan valores antitéticos a los que dominan las noticias de corrupción y podredumbre política de nuestro día a día, suena a broma de mal gusto.
Pero, más allá de que para justificar el rechazo a la celebración de los Juegos Olímpicos en Madrid bastaría con remitirse a esa cuestión ética esencial, hay otros argumentos que tampoco se pueden dejar de lado si se trata de oponerse a la celebración de los mismos en la capital del reino.
Y es que también suena a una broma de muy mal gusto que se pretenda convertir la austeridad en un valor para promocionar los Juegos Olímpicos (los “Juegos de la austeridad”, los llaman algunos tratando de alejar de la vista de la ciudadanía su coste real en estos tiempos de penuria) cuando quienes están padeciendo dicha austeridad son víctimas de recortes continuados que se aplican bajo esa etiqueta y con la excusa de la inexistencia de recursos públicos para atender sus necesidades.
Habría que recordar aquí que si algo define a la economía en su versión más convencional y neoclásica, la que seguro que asumen quienes defienden este proyecto de empobrecimiento colectivo en el que estamos insertos, es su condición de ciencia de la elección. Eso significa que la economía, así entendida, se encarga de proporcionar instrumentos para elegir cuando hay que tomar una decisión sobre recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Los criterios para esa toma de decisiones pueden ser muy diversos y es ahí donde, al sacralizar criterios técnicos como la eficiencia o la competitividad sobre valores universales como la solidaridad, se imponen visiones eficientistas o competitivas de la economía frente a otras centradas en el ser humano y sus necesidades.
Pues bien, para justificar estos Juegos Olímpicos se está haciendo abstracción interesada hasta de los criterios económicos más básicos, los mismos que resultan tan queridos cuando se trata de justificar recortes. Y así nos encontramos con que sus promotores se están amparando en la supuesta existencia de beneficios futuros tan generales como inciertos para los que se está dispuesto a sacrificar recursos presentes necesarios para atender las necesidades básicas de una población a la que, al mismo tiempo, que se la desposee de atención se le exige cínicamente que haga gala de su “espíritu” de sacrificio.
Y hablamos de beneficios futuros inciertos porque, frente a las declaraciones previas acerca de los incuestionables beneficios que se derivan de la celebración de este tipo de eventos, la literatura económica al respecto, centrada en la evaluación del impacto que los mismos acaban teniendo sobre la economía del país, la región o la ciudad en la que se celebran nos muestra que dichos beneficios no acaban finalmente siendo tales. La razón es que se tiende a sobreestimar los beneficios y a minimizar los costes, es decir, se tiende a engañar a la población haciéndoles creer que se puede tener a la vez pan blando y circo olímpico a coste cero o, incluso, con beneficios.
Basta con remontarse a la reciente catástrofe económica que supusieron los Juegos Olímpicos para la ciudadanía griega, cuyo coste superó los 9.000 millones de euros, para tener una referencia inmediata de lo que puede ocurrir en Madrid.
Pero, claro, como en los tiempos que corren nadie quiere compararse con Grecia, hay que ampliar la mirada y para ello hay diversos estudios que analizan con técnicas de coste-beneficio a posteriori los impactos que han tenido este tipo de acontecimientos.
Lo que nos muestran esos estudios es que, por ejemplo, la realización de unos Juegos Olímpicos constituye el megaproyecto en el que el sobrecoste sobre el presupuesto inicial es mayor o, lo que es lo mismo, en los que en mayor medida se engaña a la ciudadanía acerca de los recursos que hay que comprometer para poder realizarlos.
Así, según han calculado Flyveberg y Stewart (2012), el sobrecoste en términos reales por término medio de organizar unos Juegos Olímpicos ha sido de un 179% y de un 324% si hablamos en términos nominales. Es decir, si hay algo que puede sacarse en claro del análisis de los costes implicados en unos Juegos Olímpicos es que tienden a ser sistemáticamente infravalorados por sus promotores.
Algunos ejemplos sirven para demostrarlo: según Pasqual et al (2012), el presupuesto inicial de los Juegos de Londres de 2012 se multiplicó por más de 4; el de los Juegos de Invierno 2014 en Sochi (Rusia) ya se ha multiplicado por más de 3 y, para tener una referencia propia, el sobrecoste de Barcelona 1992 fue de un 417%.
Y, por otro lado, más allá de los efectos expansivos inmediatos derivados de la construcción de las infraestructuras de diversa naturaleza necesarias para la celebración del acontecimiento, lo que también muestra el análisis empírico de evaluación del impacto de unos Juegos Olímpicos es que, en la mayor parte de los casos, no hay ninguna repercusión positiva en términos de creación de empleo una vez celebrados los Juegos (Billings y Holladay, 2010).
La conclusión económica es, por tanto, muy clara: nos encontramos ante un tipo de acontecimiento en el que, más allá de lo que anuncian sus promotores políticos, sólo hay certeza previa de sus costes y de la infravaloración generalizada de los mismos pero no de sus beneficios. Sobre estos últimos sólo puede constatarse la existencia de afirmaciones cabalísticas acerca del número de empleos que se generarán, sobre los difusos impactos en términos de afluencia de público o de incremento del flujo de turistas de ahí en adelante. Nada concreto y todo vaporoso.
Sorprende, por tanto, que la misma exigencia de rigor y filosofía actuarial con la que se justifican los recortes sociales no se aplique a la toma de decisiones de una actividad que, nuevamente, volveremos a pagar entre todos, sea cual sea su balance final. Y, por si sirve de algo, me permito recordarles, queridos lectores, que tampoco el rescate de la banca nos iba a costar un euro. Ya van por más de 60 mil millones. A ver si cada medalla olímpica nos sale al mismo precio.

22/8/13

Asimov y los anticientíficos. Viene a cuento en relación al desprecio de los actuales gobernantes a la ciencia

Ahora ocurre que uno resulta sospechoso y es despreciado si muestra compasión por los pobres, los necesitados, los oprimidos y los miserables.

He intentado forzarme a cambiar. Me he dicho: «Sé un ciudadano sólido. Simpatiza con los ricos y los avaros.

Admira a los yuppies y a los egoístas. Codéate con los financieros de Wall Street y con los traficantes de influencias de Washington. Estrecha la mano de los que saquean los fondos públicos a escondidas mientras proclaman su patriotismo en voz alta.»

El problema es que no puedo. No sé cómo hacerlo.


A TODA MARCHA ATRÁS

En los momentos en que siento más compasión de mí mismo, me parece que yo soy el único que defiende los baluartes de la ciencia de los violentos ataques de los nuevos bárbaros. Por tanto, aunque es posible que repita frases y fragmentos de aseveraciones hechas en artículos anteriores, me gustaría dedicar éste enteramente a esta defensa, que les advierto que va a ser totalmente intransigente.

Punto 1: Sería de esperar que en una publicación como el New Scientist, un excelente semanario británico en el que se publican artículos sobre los avances científicos, no se concediera espacio a afectadas estupideces anticientíficas…

¡Pues no es así!

En el número del 16 de mayo de 1974, uno de los colaboradores de la revista, tras hacer una defensa bastante incoherente de Velikovsky, prosigue afirmando: «Los vuelos de la ciencia en los últimos doscientos años han producido algún que otro truco ingenioso, como la comida enlatada y los discos de larga duración, pero seamos sinceros, ¿qué más han hecho que sea de alguna importancia para los setenta años de nuestra vida sobre la Tierra?»

Me apresuré a escribir una carta en la que decía, entre otras cosas: «…una de las cosas que podría considerar que tiene un valor innegable son los setenta años de nuestra vida… Durante la mayor parte de la historia de la humanidad eran más bien treinta. ¿Podríamos esperar de usted un poco de gratitud por esos cuarenta años de vida adicionales que tiene la oportunidad de disfrutar?»

La carta fue publicada y acto seguido, en el número del 11 de julio de 1974, apareció un ataque frontal de un caballero de Herefordshire al que llamaré B. Parece ser que en su opinión el hecho de que viviéramos más tiempo tenia sus desventajas, ya que entre otras cosas contribuía a provocar la explosión demográfica, por ejemplo. También decía: «…aquellos tiempos oscuros de los que habla Mr.Asimov y cuya esperanza de vida era bastante menor de setenta años se las arreglaron a pesar de todo para producir cosas como Chartres, Tintern, las obras de Rafael y de Shakespeare. ¿Cuáles son sus equivalentes modernos?…¿Centre Point, Orly, Andy Warhol y la ciencia-ficción?»

En vista de la irónica alusión a la ciencia-ficción, me pareció adivinar contra quién iba dirigido el golpe y me pareció justificado quitarme los guantes de terciopelo. En mi respuesta decía entre otras cosas: «B. prosigue diciendo que los hombres que vivían pocos años en los siglos pasados crearon grandes obras del arte, la literatura y la arquitectura. ¿Acaso B. lo considera una extraña coincidencia, o es que mantiene que los avances culturales del pasado tuvieron lugar porque los hombres vivían poco tiempo?

»Si verdaderamente B. lamenta el aumento de la esperanza de vida que la ciencia ha hecho posible, y le parece destructivo para la humanidad, ¿qué solución nos propone? Después de todo, sería bien fácil abandonar los progresos científicos, permitir que las aguas de desecho se infiltraran en nuestros sistemas de abastecimiento de aguas, renunciar a la antisepsia en la cirugía y a los antibióticos y luego observar cómo el índice de mortalidad llega hasta un nivel que muy pronto produciría (según el insólito argumento de B.) un genio como el de Shakespeare.

»¿Le agradaría esto realmente a B., aconsejaría él que los beneficios de una tasa de mortalidad más alta se aplicaran únicamente a la oscura barbarie que reina en otras latitudes, a las razas inferiores de color más oscuro, que al elevar en picado su tasa de mortalidad harían que la vida fuera más cómoda para los hombres de Herefordshire? ¿O quizá su estricto sentido de la justicia le mueve a recomendar que todas las naciones, incluida la suya, participen de esta noble empresa? ¿Tendrá en efecto la intención de dar él mismo ejemplo, negándose resuelta y noblemente a permitir que la ciencia prolongue su vida?

»¿No se le ha ocurrido pensar a B. que una de las soluciones a la explosión demográfica provocada por los adelantos de la ciencia y de la medicina es la disminución de la tasa de natalidad? ¿O es que acaso esta disminución repugna a su sentido de la moralidad, prefiriendo con mucho los encantos de las plagas y de la hambruna como remedio contra la superpoblación?»

Esta carta también fue publicada, y no se recibió ninguna respuesta.

Punto 2: De vez en cuando recibo noticias de particulares que manifiestan su descontento con el mundo moderno de la ciencia y la tecnología y abogan por una rápida retirada, a toda marcha atrás, hacia el noble y feliz mundo preindustrial.

Por ejemplo, hace poco me llegó una carta de un profesor de no sé qué que se había comprado una granja y se dedicaba a cultivar su propia comida. Me hablaba con entusiasmo de lo estupendo que era y de lo feliz y sano que se sentía ahora que se había librado de todas esas horribles máquinas. Admitió que tenía un coche, por lo que pedía disculpas.

Pero no se disculpaba por haber utilizado una máquina de escribir ni por el hecho de que su carta me hubiera llegado a través de los modernos sistemas de transporte.

No se disculpaba por servirse de la luz eléctrica y del teléfono, así que supongo que leía a la luz de un fuego de troncos y que enviaba sus mensajes con banderas.

Me limité a enviarle una educada tarjeta deseándole toda la felicidad de los campesinos medievales, a lo que me respondió con una irritada misiva en la que incluía una critica desfavorable de mi libro El paraíso perdido, anotado por Asimov.(Ah, si, ahora me acuerdo; era un especialista en Milton y me parece que protestaba ante mi invasión del recinto sagrado.)

Punto 3: En una ocasión, durante el debate que siguió a una de mis charlas, un joven me preguntó si de verdad estaba convencido de que la ciencia había contribuido en algo a la felicidad del hombre.

–¿Cree usted que hubiera sido igual de feliz de haber vivido en la época de la antigua Grecia? – le pregunté.
–Sí -respondió con determinación.
–¿Le hubiera gustado ser un esclavo que trabajara en las minas de plata atenienses? – le pregunté con mi mejor sonrisa, y se sentó para meditar la cuestión.
O también está la persona que me dijo en una ocasión:
–Qué agradable sería que pudiéramos retroceder cien años en el tiempo, cuando era tan fácil tener criados.
–Seria horrible -repliqué inmediatamente.
–¿Por qué? – fue la asombrada pregunta.
Y yo le respondí tranquilamente:
–Nosotros seríamos los criados.

A veces me pregunto si la gente que denuncia el mundo de la ciencia y la tecnología modernas no será precisamente aquella que siempre ha vivido cómodamente y sin estrecheces económicas y que da por supuesto que de no existir las máquinas habría gente de sobra (otra gente) para reemplazarlas.

Es posible que sean aquellos que no han trabajado en su vida los que estén totalmente dispuestos a sustituir la maquinaria por la musculatura humana (no la suya, claro).

Sueñan con construir la catedral de Chartres… en el papel de uno de los arquitectos, no como un campesino reclutado para arrastrar piedras. Viven con su fantasía en la antigua Grecia… como Pericles y no como un esclavo. Añoran la vieja Inglaterra y su cerveza color nuez… como un barón normando, no como un siervo sajón.

La verdad es que no puedo por menos de preguntarme en qué medida esta resistencia de las clases altas a la tecnología moderna no estará provocada por la irritación que les produce el hecho de que tantas personas que no son más que la escoria de la Tierra (como yo, por ejemplo) conduzcan sus propios coches, tengan lavadoras automáticas y vean la televisión, reduciendo de esta forma las diferencias entre la susodicha escoria y los aristócratas de rica cultura que se lamentan de que la ciencia no ha hecho la felicidad de nadie. Y, en efecto, ha socavado los cimientos de su autoestima.

Hace algunos años había una revista llamada Intellectual Digest, llevada por una gente muy agradable, pero que por desgracia no sobrevivió más que un par de años.

Habían publicado varios artículos en contra de la ciencia, y pensaron que quizá deberían publicar alguno en su defensa, así que me pidieron que lo escribiera.

Así lo hice, y me lo compraron y pagaron; pero jamás lo publicaron. Tengo la sospecha (pero no estoy seguro) de que pensaron que ofendería a sus lectores, que seguramente eran en su mayoría partidarios de ese intelectualismo blando que considera de buen tono no saber una palabra sobre ciencia.

Posiblemente a este público le impresionara un articulo de Robert Graves que fue reproducido en el número de abril de 1972 de Intellectual Digest y que, en apariencia, abogaba por el control de la ciencia por la sociedad *.

Graves es un clasicista educado en la tradición de las clases altas inglesas en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Estoy seguro de que sabe mucho más sobre el helenismo precristiano, por ejemplo, que sobre la ciencia posindustrial, lo cual hace de él una dudosa autoridad en lo relativo a los descubrimientos científicos; pero éstas son sus palabras:

«En la antigüedad, la utilización de los descubrimientos científicos estaba celosamente vigilada por motivos sociales; esta vigilancia era ejercida por los mismos científicos o por sus gobernantes. Así, la máquina de vapor inventada en el Egipto de Tolomeo para bombear el agua hasta la parte más elevada del famoso faro de la isla de Faros pronto fue abandonada, parece ser que porque fomentaba la pereza entre los esclavos que antes subían los odres de agua por las escaleras del faro.»

Por supuesto, todo esto no son más que paparruchas.

La «máquina de vapor» inventada en el Egipto de Tolomeo era un bonito juguete incapaz de bombear agua a más de treinta centímetros de altura, y mucho menos hasta la cima de Faros.

Pero pasemos esto por alto. El relato aleccionador de Graves es esencialmente cierto, aunque no lo sea en todos sus detalles. Es cierto que la época helenística (323-30 a. C.) vio apuntar el nacimiento de una especie de era industrial, y la súbita interrupción de estos progresos pudo haberse debido, al menos en parte, a que la mano de obra esclava era tan fácil de obtener que no había mucha demanda de maquinaria.

Es incluso posible alegar razones humanitarias contra la industrialización, basándose en que si las máquinas sustituían a los esclavos, ¿qué se iba a hacer con el excedente de éstos? ¿Dejarlos morirse de hambre? ¿Matarlos? (¿Quién dijo que los aristócratas no son humanos?)

Por tanto, Graves y otros como él afirman que el control de la ciencia por la sociedad en la antigüedad tenía el propósito de garantizar la pervivencia de la esclavitud.

¿Es esto lo que verdaderamente queremos? ¿Tendrán que presentar batalla todos los idealistas anticientíficos al grito de «Viva la esclavitud»? O, dado que la mayoría de los idealistas anticientíficos se consideran a sí mismos artistas, caballeros del campo, filósofos o lo que sea, y nunca esclavos, ¿no deberían más bien gritar «Viva la esclavitud para los demás»?

Claro que algún gran pensador podría refutar mi argumento afirmando que el tipo de vida mecanizada que proporciona la tecnología moderna no es mejor que la suerte de los esclavos de la antigüedad. Este tipo de argumentos fue el utilizado antes de la guerra civil americana para denunciar la hipocresía de los abolicionistas de los Estados libres, por ejemplo.

No es un argumento totalmente trivial, pero dudo mucho que cualquier obrero de una fábrica de Massachussets consintiera voluntariamente en ser un operario negro de una granja de Mississippi basándose en que las dos profesiones son equivalentes. O que un operario negro de una granja de Mississippi se negara a trabajar en una fábrica de Massachussets porque no le pareciera una mejora de su condición de esclavo.

John Campbell, el antiguo director de Analog Science Fiction, iba todavía más lejos. Creía (o fingía creer) que la esclavitud tenia sus ventajas, y que en cualquier caso todo el mundo era un esclavo. Siempre decía:

–Eres un esclavo de tu máquina de escribir, ¿verdad, Isaac?
–Sí, John, lo soy -respondía yo- si utilizas el término como una metáfora en mi caso y como una realidad en el caso de los negros que trabajaban en los campos de algodón en 1850.

El decía:

–Tú trabajas tantas horas como los esclavos, y no te tomas vacaciones.
Yo decía:

–Pero no hay un capataz con un látigo detrás de mi que se encargue de que no me tome vacaciones.

Nunca le convencí, pero no cabe duda de que me convencí a mi mismo.

Algunas personas sostienen que la ciencia es amoral, que no hace juicios de valor, que no sólo pasa por alto las necesidades más profundas del género humano, sino que las ignora totalmente.

Consideremos, por ejemplo, las opiniones de Arnold Toynbee, que, como Graves, es un inglés de clase alta educado en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial.

En un articulo publicado en el número de diciembre de 1971 de Intellectual Digest, dice: «En mi opinión, la ciencia y la tecnología son incapaces de satisfacer las necesidades espirituales que todas las religiones intentan resolver.»

Les ruego que observen que Toynbee es lo bastante honrado como para decir «intentan».

Pues bien, ¿qué es lo que preferirían ustedes: una institución que no se ocupa de los problemas espirituales, pero que en cualquier caso los resuelve, o una institución que habla continuamente de los problemas espirituales, pero que no hace nunca nada por resolverlos? En otras palabras, ¿qué prefieren: hechos o palabras?

Piensen en la cuestión de la esclavitud humana. No cabe duda de que esta cuestión debería preocupar a aquellos que se sienten interesados por las necesidades espirituales del género humano. ¿Es correcto, es justo, es ético que un hombre sea amo y otro hombre esclavo? Es evidente que no se trata de una pregunta a la que deban responder los científicos, ya que no es algo que pueda resolverse estudiando reacciones en tubos de ensayo u observando los movimientos de las agujas en las esferas de los espectrofotómetros. Es una pregunta para los filósofos y teólogos, y todos sabemos que han tenido tiempo de sobra para reflexionar sobre ella.

A lo largo de toda la historia de la civilización y hasta la época moderna, la riqueza y prosperidad de un número relativamente pequeño de personas ha estado basada en la brutal explotación y en las miserables existencias de un enorme número de campesinos, siervos y esclavos. ¿Qué es lo que tenían que decir nuestros líderes espirituales sobre esta cuestión?

La Biblia es la fuente principal de consuelo espiritual, al menos en nuestra civilización occidental. Lean entonces la Biblia, desde el primer versículo del Génesis hasta el último versículo delApocalipsis; no encontrarán ni una sola palabra condenando la esclavitud como institución. Hay muchas generalizaciones sobre el amor y la caridad, pero ninguna propuesta práctica relativa a la responsabilidad de los gobiernos para con los pobres y desheredados.

Repasen todas las obras de los grandes filósofos de la historia: no encontrarán ni el más leve susurro condenando la esclavitud como institución. Aristóteles tenía bastante claro que algunas personas parecían tener el temperamento adecuado para ser esclavos.

Lo cierto es que ocurría justamente lo contrario. Los líderes espirituales se manifestaban con bastante frecuencia a favor de la esclavitud como institución, ya fuera de manera directa o indirecta. No faltaron quienes justificaban el secuestro por la fuerza de los negros africanos para llevarlos a América como esclavos con el argumento de que de esta manera eran convertidos al cristianismo, y que la salvación de sus almas compensaba con creces la esclavitud de sus cuerpos.

Y cuando la religión atiende a las necesidades espirituales de los esclavos y los siervos asegurándoles que su situación en la tierra es la voluntad de Dios y prometiéndoles una vida de eterna bienaventuranza después de la muerte si no cometen el pecado de rebelarse contra la voluntad de Dios, ¿quién resulta más beneficiado? ¿El esclavo cuya vida puede resultar más soportable por la perspectiva del paraíso futuro? ¿O el amo que no tiene que preocuparse tanto por mejorar la triste suerte de los oprimidos ni temer una posible revuelta?

¿Cuándo empezó entonces a admitirse que la esclavitud era una injusticia cruel e intolerable? ¿Cuándo se acabó con la esclavitud?

Pues con el alborear de la revolución industrial, cuando las máquinas empezaron a sustituir a los músculos.

Y si vamos a eso, ¿cuándo surgió la posibilidad de la democracia a gran escala?

Cuando los medios de transporte y de comunicación de la era industrial abrieron la posibilidad de desarrollar los mecanismos de una legislatura representativa en amplias zonas, y cuando el flujo de mercancías baratas de todas clases manufacturadas por las máquinas convirtió a las «clases bajas» en valiosos clientes a los que había que mimar.

¿Y qué creen que ocurriría si ahora nos apartáramos de la ciencia? ¿Si una noble generación de jóvenes renunciara al materialismo de una industria que parece más preocupada por las cosas que por los ideales y optara, a toda marcha atrás, por un mundo en el que todos se deshicieran en lamentaciones sobre el amor y la caridad? Pues que, sin la maquinaria de nuestra materialista industria, seria inevitable que volviéramos a caer en una economía basada en la esclavitud, y podríamos servirnos del amor y la caridad para mantener tranquilos a los esclavos.

¿Qué es lo mejor? ¿La ciencia amoral que acabó con la esclavitud o la espiritualidad que no lo hizo a lo largo de miles de años de cháchara?

Y la esclavitud no es la única cuestión sobre la que podemos llamar la atención.

En la era preindustrial el género humano era victima de los constantes ataques de las enfermedades infecciosas. Ni todo el amor paterno, ni todas las oraciones de los feligreses ni todas las sublimes generalizaciones de los filósofos eran capaces de impedir que un niño muriera de difteria o que media nación sucumbiera en una plaga.

Fue la fría curiosidad de los hombres de ciencia, que trabajaban sin hacer juicios de valor, la que amplió las formas de vida invisibles a simple vista para estudiarlas, la que dio con las causas de las enfermedades infecciosas, la que puso de relieve la importancia de la higiene, de que la comida y el agua estuvieran limpios, de contar con sistemas de alcantarillado eficaces. Fueron ellos los que elaboraron las vacunas, las antitoxinas, los medicamentos químicos y los antibióticos. Fueron ellos los que salvaron cientos de millones de vidas.

También fueron los científicos los que le ganaron la batalla al dolor y los que descubrieron cómo calmar los tormentos físicos que ni la oración ni la filosofía eran capaces de paliar. Pocos pacientes que vayan a sufrir una operación preferirían el consuelo espiritual a la anestesia.

¿Es únicamente la ciencia la que es digna de elogio? ¿Quién puede negar los logros del arte, de la música y la literatura, que existen desde mucho antes que la ciencia? ¿Y qué puede ofrecer la ciencia que sea comparable a estas bellezas?

En primer lugar, podríamos señalar que la visión del Universo que nos ha sido revelada gracias al cuidadoso esfuerzo de cuatro siglos de científicos modernos supera con mucho en belleza y majestad (para los que se tomen la molestia de contemplarla) a las creaciones de todos los artistas de la humanidad juntos, y a todas las invenciones de los mitólogos, si a eso vamos.

Aparte de esto, también es cierto que en las épocas anteriores al advenimiento de la tecnología moderna, la plena floración de las artes y del intelecto humano estaba reservada a las pocas personas adineradas y pertenecientes a la aristocracia. Fueron la ciencia y la tecnología modernas las que consiguieron que los libros fueran baratos y abundantes. Fueron la ciencia y la tecnología modernas las que pusieron a disposición de todo el mundo el arte, la música y la literatura, facilitando hasta a los más humildes el acceso a las maravillas del espíritu humano.

¿Pero no nos han traído la ciencia y la tecnología toda clase de efectos secundarios no deseados, desde el peligro de una guerra nuclear hasta la contaminación sonora de la música de rock duro en la radio?

Sí, y no es nada nuevo. Cada avance tecnológico duradero, por primitivo que fuera, ha producido también efectos no deseados. El hacha de piedra proporcionó más alimentos al género humano… y agravó las consecuencias de las guerras. El empleo del fuego proporcionó al género humano luz, calor y más y mejor comida… y la posibilidad de los incendios provocados y de ser quemado en la hoguera. El desarrollo del lenguaje humanizó al hombre… y al mismo tiempo posibilitó la aparición de la mentira.

Pero es asunto del hombre elegir entre el bien y el mal…

En 1847 el químico italiano Ascanio Sobrero fabricó nitroglicerina por primera vez. Calentó una gota, lo que provocó una estruendosa explosión. Sobrero se dio cuenta, horrorizado, de sus posibles aplicaciones bélicas, e inmediatamente dejó de investigar en aquella dirección.

Por supuesto, esto no sirvió de nada. Otros continuaron sus investigaciones, y medio siglo más tarde la nitroglicerina, junto con otros explosivos detonantes, era utilizada con fines bélicos.

¿Significa esto que los explosivos detonantes son absolutamente nocivos? En 1866, el inventor sueco Alfred Bernhard Nóbel descubrió que mezclando nitroglicerina con tierra fósil se conseguía una mezcla que podía manejarse sin ningún peligro, a la que llamó «dinamita». Con la dinamita se podía excavar la tierra mucho más rápidamente que con el pico y la pala usados hasta entonces, y los hombres no se veían obligados a realizar ese trabajo penoso y embrutecedor.

La dinamita contribuyó a abrir el camino a las vías de ferrocarril construidas en las últimas décadas del siglo XIX, a construir presas, ferrocarriles suburbanos, cimientos para los edificios, puentes y otras mil obras a gran escala de la era industrial.

Después de todo, es el hombre el que decide utilizar los explosivos para construir o destruir. Si elige esto último, no será culpa del explosivo sino de la insensatez humana.

Claro que se podría objetar que por muy útiles que puedan ser los explosivos, mayor aún es el daño que pueden hacer. Se puede objetar que los hombres son incapaces de elegir el bien y evitar el mal, y que, por tanto, hay que prohibirles totalmente el uso de explosivos, como si fueran un hatajo de idiotas.

En ese caso, recordemos los avances médicos que comenzaron con el descubrimiento de la vacuna hecho por Jenner en 1798, la enunciación de la teoría de los gérmenes productores de enfermedades de Pasteur en 1860, y así sucesivamente. Todos ellos han doblado la esperanza de vida del hombre, lo cual es bueno, y han provocado la explosión demográfica, lo cual es malo.

Que yo sepa, casi nadie protesta contra los avances de la medicina. Incluso hoy en día, cuando tanta gente se siente preocupada por los peligros de los adelantos científicos y tecnológicos, no sé de nadie que proteste por las investigaciones de las causas de la artritis, las enfermedades vasculares, los defectos congénitos y el cáncer.

Y, sin embargo, la explosión demográfica es el peligro más inmediato al que tiene que enfrentarse el género humano. Si evitamos el desencadenamiento de una guerra nuclear, combatimos la polución, aprendemos a economizar nuestros recursos naturales y progresamos en todos los campos de la ciencia, aun así seremos destruidos en cuestión de algunas décadas si no logramos poner freno a la explosión demográfica.

De todas las locuras humanas, la peor de todas es permitir que la tasa de mortalidad descienda más rápidamente que la de natalidad.

Así que, ¿quién está a favor de la abolición de los avances médicos y del retorno a una tasa de mortalidad alta? ¿Quién marchará al grito de «¡Vivan las epidemias!»?

(Claro que es posible que consideren que las epidemias no están mal si se producen en otro continente; pero tienen la mala costumbre de propagarse.)

¿Optaremos entonces por hacer una selección? ¿Por conservar los avances médicos y algunos otros nobles ejemplos de los progresos científicos y abandonar el resto de la tecnología? ¿Por irnos a vivir a una granja, en el inocente esplendor del campo, y olvidarnos de la malvada ciudad y de sus máquinas?

Pero las granjas tampoco tienen que disponer de maquinaria: nada de tractores a motor, nada de segadoras, gavilladoras y todo eso. No deben utilizar fertilizantes y pesticidas sintéticos, producidos por una tecnología avanzada. No han de utilizar maquinaria de riego, presas modernas y esas cosas. Han de prescindir de las cepas mejoradas genéticamente que necesitan una gran cantidad de fertilizantes y mucha irrigación. Tiene que ser así ovolveremos a vernos atrapados por todo el mecanismo de la industrialización.

Pero en ese caso toda la agricultura mundial no podría abastecer más que a unos mil millones de personas, y resulta que en la actualidad hay cuatro mil millones de personas sobre la Tierra.

Habría que eliminar al menos a tres mil millones de personas de la superficie de la Tierra para que ésta se convirtiera en un planeta de felices granjeros. ¿Algún voluntario? No vale ofrecer a otros como voluntarios; ¿hay alguien que se ofrezca a ser eliminado él mismo?… Me lo imaginaba.

En el articulo de Toynbee que he citado antes con referencia a las necesidades espirituales, también decía: «La razón por la que la ciencia consigue responder a estas preguntas es que estas preguntas no son las más importantes. La ciencia no se ha ocupado de las preguntas fundamentales de la religión, o, si se ha ocupado de ellas, no ha encontrado respuestas genuinamente científicas.»

¿Qué es lo que quiere el profesor Toynbee? Gracias a los progresos de la ciencia hemos acabado con la esclavitud; hemos proporcionado más seguridad, salud y bienestar material a más gente de la que se podía soñar en los siglos anteriores a la ciencia; hemos puesto el arte y el ocio a disposición de cientos de millones de personas. Todo ello como resultado de responder a preguntas que «no son las más importantes». Es posible que así sea, profesor, pero yo soy una persona humilde y estas preguntas sin importancia me parecen bastante buenas si esas son sus consecuencias.

¿Y cómo ha respondido la religión a sus «preguntas fundamentales»? ¿Cuáles son sus respuestas? Cabría preguntarse si la mayoría de la humanidad es más moral, más virtuosa, más honrada y bondadosa gracias a la existencia de la religión, o si el estado de la humanidad no será más bien una prueba del fracaso de miles de años de mera charla sobre la bondad y la virtud.

Cabría preguntarse si algún colectivo determinado de personas seguidoras de una determinada religión ha dado pruebas de ser más moral y virtuoso o más bondadoso que otros grupos de personas seguidores de otras religiones o, si vamos a eso, que no sean seguidores de ninguna religión determinada, ya sea ahora o en el pasado. Nunca he oído hablar de indicios de este tipo. Si el historial de logros de la ciencia no fuera mejor que el que puede presentar la religión, hace mucho que la ciencia habría desaparecido.

El emperador está desnudo, pero el temor supersticioso parece impedir que se llame la atención sobre ello.

Resumamos, entonces…

Es posible que no les guste el camino que han tomado la ciencia y la tecnología modernas, pero es el único posible.

Pueden nombrar cualquier problema de los que sufre el mundo actual; puedo afirmar que, aunque es posible que la ciencia y la tecnología no puedan solucionarlo, es seguro que ninguna otra cosa lo hará. así que ustedes eligen: o la posible victoria con la ciencia y la tecnología, o la derrota cierta sin ellas.

¿Qué es lo que prefieren?

NOTA

Últimamente resulta de buen tono culpar a la ciencia y a los científicos de todos nuestros problemas. así, fueron los científicos los que descubrieron la fisión nuclear, y, por tanto, ellos tienen la culpa de la existencia de las bombas atómicas y de los peligros de una guerra nuclear. Fueron los científicos los que sintetizaron los plásticos que no son biodegradables, los gases venenosos y las sustancias tóxicas que contaminan el mundo, etcétera, etcétera.

Sin embargo, fueron los científicos los que, a mediados de 1945, horrorizados por las bombas atómicas, rogaron que no se utilizaran contra las ciudades, y fueron los políticos y generales los que insistieron en hacerlo y los que se salieron con la suya. ¿Cuál es la razón entonces de que un cierto número de científicos abandonara asqueado el campo de la física nuclear, y que otros tuvieran que luchar contra sus impulsos suicidas, mientras que no he oído hablar en mi vida de ningún político ni general que perdiera el sueño por esta decisión? ¿Por qué los científicos son considerados unos malvados y los políticos y generales unos héroes?

Claro que hay científicos que me parecen unos malvados, y políticos y generales que me parecen unos héroes, pero en ambos casos no representan más que una pequeña parte del total. Así que, si el tono de este articulo les parece un poco amargo, espero que no les haya sorprendido.


MIRAR A UN MONO LARGO RATO

Teniendo en cuenta el trabajo que me cuesta crearme una reputación de persona alegremente pagada de sí misma, a veces soy absurdamente susceptible al hecho de que de vez en cuando la gente que no me conoce me confunda con mi personaje.

Hace poco un periodista me hizo una entrevista; era un muchacho extremadamente agradable, pero estaba claro que sabia muy poco acerca de mi. Así que sentí la curiosidad de preguntarle por qué había decidido entrevistarme.

Me lo explicó sin dudarlo un instante.

–Mi jefe me pidió que le entrevistara -dijo.
Luego sonrió levemente, y añadió:
–Abriga sentimientos contradictorios sobre su persona.
–Quiere decir que le gusta cómo escribo, pero que cree que soy un arrogante y un presuntuoso -comenté.
–Si -dijo, con evidente sorpresa-. ¿Cómo lo sabe?
–Una conjetura afortunada -dije suspirando.

Compréndanme, no se trata de arrogancia y presunción, sino de alegre autoestima, y todos los que me conocen se dan cuenta claramente de la diferencia.
Claro que me ahorraría todas estas molestias si escogiera un personaje distinto, si prodigara las protestas de modestia y aprendiera a mover los pies con embarazo y a ruborizarme como una damisela al más mínimo elogio.

Pero no, gracias; yo escribo sobre cualquier tema y para todas las edades, y si empezara a cultivar una encantadora timidez llegaría a dudar de mi capacidad de hacerlo, y eso seria la ruina.

Así que seguiré el camino que he elegido y soportaré los sentimientos encontrados que me salgan al paso, en beneficio de la seguridad en mi mismo que me permite escribir mis artículos sobre temas diversos; como el que me dispongo a escribir ahora sobre la evolución.

Tengo la sospecha de que si el hombre* no estuviera implicado en la evolución biológica, no habría habido ningún problema en aceptarla.

Por ejemplo, es evidente para cualquiera que algunos animales se parecen mucho entre sí. ¿Quién negaría que un perro y un lobo se parecen en aspectos muy importantes? ¿O un tigre y un leopardo? ¿O una langosta y un cangrejo?

Hace veintitrés siglos, el filósofo griego Aristóteles agrupó a diferentes tipos de especies y confeccionó una «escala de la vida» en la que los clasificaba empezando por la planta más simple y subiendo escalones hasta llegar a los animales más complejos, con el hombre en la posición más elevada (como era de esperar).

Una vez hecho esto, en la actualidad podemos decir, con la ventaja que nos da la visión retrospectiva, que era inevitable que la gente se diera cuenta de que cada tipo de especie se había transformado a partir de otra; que las especies más complejas se habían desarrollado a partir de las más simples; que, en definitiva, no sólo existía una escala de la vida, sino también un sistema mediante el cual las formas de vida iban subiendo por esa escala.

¡Pues no señor! Ni Aristóteles ni aquellos que vinieron después de él durante más de dos mil años consideraron jamás la escala de la vida como algo no estático, sino dinámico y evolutivo.

Se creía que las diferentes especies eran permanentes.
Podían estar divididas en familias y jerarquías, pero las formas de vida eran las mismas desde el primer momento.

Se aseguraba que las similitudes existían desde el principio, y que ninguna especie evolucionaba hasta parecerse más -o menos- a otra con el paso del tiempo.

Tengo la impresión de que esta insistencia en la inmutabilidad de las especies se debía, al menos en parte, a la incómoda sensación de que, si se admitía la posibilidad del cambio, el hombre ya no podría considerarse como un caso único y se convertiría en «un animal más».

Con el dominio de la cristiandad sobre el mundo occidental, las opiniones sobre la inmutabilidad de las especies se hicieron aún más rígidas. El primer capitulo del Génesis describe la creación de las distintas especies vivas, diferenciadas en sus formas definitivas desde el principio; lo que es más, la creación del hombre se diferencia de la del resto de los seres. «Y dijo Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza"…» (Génesis, 1, 26).

Ningún otro ser vivo fue hecho a imagen de Dios, lo que establecía una barrera infranqueable entre el hombre y el resto de los seres vivos. Cualquier opinión que llevara a suponer que las barreras entre las especies eran permeables, podía debilitar la fundamental barrera protectora del hombre.

Desde luego, habría estado muy bien que todas las otras formas de vida sobre la Tierra fueran tan enormemente distintas del hombre como para reflejar en el plano físico esta infranqueable barrera. Pero, por desgracia, aun en la antigüedad el mundo mediterráneo sabía de la existencia de unos animalitos llamados «monos».

Algunas de las especies de monos conocidas por los antiguos tenían pequeños rostros arrugados como de hombrecillos; sus manos eran a todas luces muy parecidas a las humanas y manipulaban las cosas con los dedos igual que los seres humanos, mostrando claramente una viva curiosidad. Pero tenían cola, y este hecho permitía a los hombres salvar el tipo. Es tan evidente que el ser humano no tiene cola y que la mayoría de los animales que conocemos sí, que esta diferencia parecía en sí misma el símbolo de la barrera insuperable entre el hombre y el mono.

En realidad, hay animales sin cola o con una cola muy corta, como las ranas, los conejillos de Indias y los osos; pero estos animales no constituyen una amenaza para la posición del hombre. Y sin embargo…

En la Biblia hay una referencia a un mono, para el que los traductores se sirvieron de una palabra determinada.

La mención aparece en una relación sobre las empresas comerciales del rey Salomón: «…una vez cada tres años llegaba la flota de Tarsis, cargada de oro, plata, marfil, simios y pavos reales» (Reyes I, 10, 22).

Tarsis ha sido identificada a menudo como Tartesos, una ciudad de la costa española al oeste del estrecho de Gibraltar, que en época de Salomón era un floreciente centro de comercio, destruido por los cartagineses en el 480 a. C. Frente a las costas de Tartesos, en el noroeste de África, existía (y existe) una especie de mono del grupo de los macacos. Este macaco es el «simio» bíblico; posteriormente, cuando el noroeste de África formaba parte de la Berbería, los europeos llamaron a este mono «simio berebere».

El simio berebere no tiene cola, y por tanto se parece más al hombre que otros monos. En su escala de la vida, Aristóteles situó al simio berebere en el punto más elevado del grupo de los monos, inmediatamente por debajo del hombre. Galeno, el médico griego que vivió alrededor del 200 a. C., diseccionaba simios y demostró que su parecido con el hombre era también interno y no sólo externo.

A los antiguos les divertía y les molestaba el parecido del simio berebere con el hombre. Se dice que el poeta romano Ennio comentó: «El simio, la más vil de las bestias, ¡cómo se parece a nosotros!» ¿Era realmente el simio «la más vil de las bestias»? Objetivamente, desde luego que no. Lo que le hacía parecer vil era su parecido con el hombre y la consiguiente amenaza que suponía para el apreciado carácter único del hombre.

En la época medieval, cuando el carácter único y la supremacía del hombre se convirtieron en un dogma inatacable, la existencia del simio resultaba aún más irritante. Se le identificaba con el Diablo. Después de todo, el Diablo era un ángel caído y deformado, y bien podía el simio haber sido creado a su imagen, de la misma manera que el hombre había sido creado a la imagen de Dios.

Pero ninguna explicación lograba acabar con la inquietud que despertaba. El dramaturgo inglés William Congreve escribió en 1695: «Nunca podría mirar a un mono largo rato sin caer en humillantes reflexiones.» No es muy difícil imaginar que esas «humillantes reflexiones» estaban relacionadas con el hecho de que el hombre podría ser considerado una especie de simio grande y algo más inteligente.

La Edad Moderna empeoró las cosas al dar la oportunidad al orgulloso europeo hecho a imagen de Dios de trabar conocimiento con otros animales, desconocidos hasta entonces, todavía más parecidos a él que el simio berebere.

En 1641 se publicaba la descripción de un animal que había sido traído de África y que se encontraba en Holanda, en un jardín zoológico perteneciente al príncipe de Orange. Por la descripción parece ser que se trataba de un chimpancé. También existían noticias sobre un gran animal parecido al hombre y que vivía en Borneo, el que ahora conocemos como orangután.

El chimpancé y el orangután eran también «simios» porque, al igual que el simio berebere, no tenían cola. En años posteriores, cuando se admitió que el chimpancé y el orangután se parecían más al hombre que a los monos, pasaron a ser denominados simios «antropoides» (parecidos al hombre).

En 1758 el naturalista suizo Carolus Linneo realizó el primer intento de clasificación cuidadosamente sistemática de todas las especies. Creía firmemente en la inmutabilidad de las especies, y no le preocupaba el hecho de que algunas especies animales fueran tan parecidas al hombre: simplemente fueron creadas de esta manera.

Por tanto, no vaciló en situar en el mismo grupo a las diversas especies de simios y monos, incluyendo también al hombre, y en llamar a los componentes de ese grupo «primates», del latín «primero», ya que entre ellos estaba el hombre. Este término se sigue utilizando.

Linneo clasificó a los monos y simios en general en un subgrupo de los primates al que llamó Simia(«simio»).

Para los seres humanos inventó el subgrupoHomo («hombre»), Linneo utilizaba un doble nombre para cada especie (lo que se conoce por «nomenclatura binómica»; en primer lugar, viene el apellido, como cuando se dice Smith, John, y Smith, William), así que los seres humanos disfrutaban de la denominación Homo sapiens (sabio, hombre). Pero además Linneo situó otro nombre en ese grupo. Tras leer la descripción del orangután de Borneo, lo llamó Homo troglodytes (habitante de cavernas, hombre).

«Orangután» viene de una palabra malaya que quiere decir «hombre de los bosques». La descripción de los malayos era más adecuada, ya que el orangután es un habitante de los bosques y no de las cavernas, pero en cualquier caso no puede ser considerado lo suficientemente próximo al hombre como para justificar su inclusión en el grupo de los Homo.

El naturalista francés Georges de Buffon fue el primero en describir a los gibones, a mediados del siglo XVIII. Se trata de un tercer tipo de simio antropoide. Los diferentes gibones son los antropoides más pequeños y menos parecidos al hombre. Por esa razón en ocasiones se dejan de lado, mientras el resto de los antropoides son conocidos como los «grandes simios».

A medida que se fueron clasificando las especies con más detalle, los naturalistas se sentían cada vez más tentados a romper las barreras entre ellas. Algunas especies se parecían tanto a otras que no existía ninguna seguridad de que pudiera definirse una separación entre ellas. Además, cada vez había más indicios de que muchos animales se encontraban en pleno cambio, por decirlo así.

Buffon observó que el caballo tenia dos «tablillas» a cada lado de los huesos de las patas, lo que parecía ser una señal de que en alguna época tuvo tres líneas de huesos y tres cascos en cada pata.

Buffon sostenía que si era posible que los cascos y los huesos degeneraran, también podían hacerlo las especies en su totalidad. Quizá Dios había creado sólo determinadas especies que habían degenerado hasta cierto punto, dando lugar a otras especies adicionales. Si el caballo podía llegar a perder parte de sus cascos, ¿por qué no podría ser que algunos de ellos hubieran degenerado hasta transformarse en burros?

Como las especulaciones de Buffon se referían a lo que, después de todo, era la parte más importante de la historia natural centrada en el hombre, propuso la teoría de que los simios eran hombres que habían degenerado.

Buffon fue el primero en hablar de la mutabilidad de las especies. Pero evitó el peligro mayor: el de sugerir que el hombre, hecho a imagen de Dios, había sido originalmente distinto, aunque si afirmó que el hombre podría transformarse en algo distinto. Incluso eso resultó demasiado, porque una vez que se traspasaban los límites en una dirección sería difícil hacerlos infranqueables en la otra. Buffon fue presionado para que se retractara, y así lo hizo.

Pero la idea de la mutabilidad de las especies no fue abandonada. Un médico británico, Erasmus Darwin, tenia la costumbre de escribir largos poemas de calidad mediocre en los que presentaba sus a menudo interesantes teorías científicas. En su último libro, Zoonomía, publicado en 1796, ampliaba las ideas de Buffon y proponía la teoría de que las especies sufrían cambios a consecuencia de la influencia directa que el medio ambiente tenia sobre ellas.

El naturalista francés Jean Baptiste de Lamarck llevó aún más lejos esta teoría. Con la publicación en 1809 de La filosofía zoológica se convirtió en el primer científico importante que adelantó una teoría de la evolución, describiendo con todo detalle cómo era posible, por ejemplo, que un antílope llegara a cambiar poco a poco, a lo largo de generaciones, hasta transformarse en una jirafa. (Darwin y Lamarck fueron víctimas del ostracismo de las instituciones de la época, tanto científicas como no científicas, a causa de sus opiniones.)

Lamarck se equivocaba en su concepción del mecanismo evolutivo, pero su libro dio a conocer al mundo científico el concepto de evolución, alentando a otros a descubrir un mecanismo que quizá fuera más viable*.

El hombre que dio en el clavo fue el naturalista inglés Charles Robert Darwin (nieto de Erasmus Darwin), que se pasó casi veinte años recogiendo datos y dando forma a sus argumentaciones. Actuó así en primer lugar porque era un hombre meticuloso, y en segundo lugar porque sabia el destino que le esperaba a cualquiera que propusiera una teoría evolucionista, y quería desarmar al enemigo presentando unos argumentos tan sólidos como el hierro.

En su libro Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, publicado en 1859, evitó cuidadosamente toda mención al ser humano. Por supuesto, no le sirvió de nada. Era una persona amable y virtuosa, casi tan santo como cualquier clérigo del Reino, pero no habría sufrido ataques más virulentos de haber matado a su madre a mordiscos.

Sin embargo, las pruebas a favor de la evolución han seguido acumulándose. En 1847 el mayor simio antropoide existente, el gorila, fue, por fin, presentado ante los ojos de los europeos, y es el simio más impresionante de todos. Al menos, su tamaño contribuía a hacerle parecer más humano que ningún otro; casi sobrehumano.

Y después, en 1856, se descubrieron en el valle de Neander, en Alemania, los primeros restos fósiles de un organismo que era evidentemente más avanzado que ninguno de los antropoides vivos y claramente más primitivo que cualquier hombre viviente. Se trataba del «hombre de Neandertal». No sólo el número de pruebas a favor de la evolución aumentaba continuamente, sino que se descubrieron las primeras evidencias que confirmaban que había habido una evolución del ser humano.

En 1863 el geólogo escocés Charles Lyell publicóLa antigüedad del hombre, en la que esgrimía las antiguas herramientas de piedra como pruebas a favor de su teoría de que el género humano tenía mucho más de los seis mil años de antigüedad que se le atribuían (y también al Universo) en la Biblia. También se convirtió en un firme defensor de la teoría darwiniana de la evolución.

Y, por Fin, en 1871, Darwin extendió su teoría al hombre en su libro El origen del hombre.

Por supuesto, los antievolucionistas siguen acompañándonos hasta hoy en día, defendiendo su causa con ardor y firmeza. Recibo de ellos más cartas de las que en justicia me corresponden, así que conozco la naturaleza de sus argumentos.

Se concentran única y exclusivamente en un punto: el origen del hombre. No he recibido ni una sola carta en la que se defienda acaloradamente que el castor no está emparentado con la rata o que la ballena no desciende de un mamífero terrestre. A veces me da la impresión de que no se dan cuenta de que la evolución es aplicable a todas las especies. Únicamente insisten en que el hombre no,no, NO desciende de, ni está emparentado con, los simios o los monos.

Algunos evolucionistas intentan contestarles diciendo que Darwin no dijo nunca que el hombre descendiera de los monos; que ningún primate vivo es antepasado del hombre. Pero eso no es más que un matiz sin ninguna importancia. Según la teoría evolucionista, el hombre y los simios tienen algún antepasado común que no ha sobrevivido hasta hoy en día, pero que era una especie de simio primitivo. Si nos remontamos más en el tiempo, los diferentes antepasados del hombre tenían un aspecto inequívocamente simiesco; al menos para el lego en zoología.

Como evolucionista, prefiero enfrentarme a este hecho sin tapujos. Estoy perfectamente dispuesto a defender que el hombre desciende de los monos, que es la manera más simple de expresar lo que, en mi opinión, son los hechos.

Y también tenemos que mantenernos fieles a los monos desde otro punto de vista. Los evolucionistas pueden hablar de los «homínidos primitivos», delHomo erectus, el Australopithecus y de todo lo que quieran. Podemos utilizarlos como pruebas de la evolución del hombre y sobre la naturaleza del organismo del que desciende.

Tengo la sospecha de que esto no convence a los antievolucionistas y que ni siquiera les preocupa demasiado. Parecen creer que el hecho de que un montón de descreídos que se llaman a si mismos científicos encuentren un diente por aquí, un hueso de cadera por allá y un trozo de cráneo más allá y los recompongan como un rompecabezas, construyendo una especie de hombre-simio, no tiene ningún sentido.

Por las cartas que recibo y por los escritos que he leído, me da la impresión de que el carácter emocional de los antievolucionistas se reduce a la cuestión del hombre y el mono, y a ninguna otra cosa más.

Me da la impresión de que los antievolucionistas abordan el tema hombre-mono de dos maneras. Pueden defender firmemente la Biblia, declarando que está redactada por inspiración divina y que en ella se afirma que el hombre fue creado por Dios a su imagen a partir del polvo de la Tierra hace seis mil años, y que no hay más que hablar. Si adoptan esta postura, está claro que sus opiniones son innegociables, y no tiene sentido intentar negociar con ellos. Con una persona así podría hablar del tiempo, pero no de la evolución.

Un segundo camino es el que siguen los antievolucionistas que intentan encontrar alguna justificación racional para su postura; esto es, una justificación que no esté basada en la autoridad, sino que sea observable o comprobable experimentalmente y lógicamente argumentada. Por ejemplo, se puede afirmar que las diferencias entre el hombre y los demás animales son tan fundamentales que es impensable que puedan ser salvadas, y que es inconcebible que un animal se desarrolle hasta llegar a ser un hombre mediante la exclusiva actuación de las leyes de la naturaleza; que es necesaria una intervención sobrenatural.

Un ejemplo de estas diferencias insalvables seria la afirmación de que el hombre tiene alma y que los animales no, y que un alma no puede desarrollarse mediante ningún proceso de evolución. Por desgracia, los métodos conocidos por la ciencia no son capaces de medir o detectar la presencia del alma. En realidad, ni siquiera es posible definir el alma a menos que se haga basándose en algún tipo de autoridad mística. Por tanto, este argumento no puede ser observado ni es comprobable experimentalmente.

En un plano menos exaltado, un antievolucionista puede argumentar que el hombre tiene el sentido del bien y del mal; que aprecia el valor de la justicia; que es, al fin y al cabo, un organismo moral y que los animales no lo son ni pueden serlo.

En mi opinión, esto es discutible. Hay animales que actúan como si amaran a sus crías y que llegan a dar su vida por ellas. Hay animales que cooperan entre sí y se protegen en caso de peligro. Esta conducta obedece a razones de supervivencia y es exactamente el tipo de actitud que los evolucionistas consideran probable que se desarrolle poco a poco hasta llegar al nivel que alcanza en el hombre.

Si se disponían a replicar que esta conducta aparentemente «humana» de los animales es puramente mecánica y que es realizada sin intervención del entendimiento, volveremos a una discusión basada en las simples afirmaciones.

No sabemos qué es lo que ocurre en el interior del cerebro de los animales y, si vamos a eso, no tenemos ninguna seguridad en absoluto de que nuestra propia conducta no sea tan mecánica como la de los animales, sólo que con un grado más de complicación y versatilidad.

Hubo un tiempo en que las cosas eran más fáciles que ahora, cuando la anatomía comparada estaba en mantillas y cuando era posible suponer que existía alguna enorme diferencia fisiológica que distinguía al hombre del resto de los animales. En el siglo XVI! el filósofo francés Rene Descartes creía que el alma estaba, localizada en la glándula pineal, ya que aceptaba la idea, entonces bastante común, de que esta glándula no se encontraba en ningún organismo excepto en el cuerpo humano.

Pero, ¡ay!, no es así. La glándula pineal está presente en todos los vertebrados y alcanza su mayor desarrollo en un reptil primitivo llamado tuatara. En realidad, ninguna parte de nuestro cuerpo es patrimonio del ser humano con exclusión del resto de las especies.

Vamos a ser más sutiles y a considerar la naturaleza bioquímica de los organismos. Aquí las diferencias son mucho menos marcadas que en la forma física del cuerpo y de sus partes. De hecho, los procesos bioquímicos de todos los organismos vivos presentan tantas similitudes, no sólo si comparamos al hombre con el mono, sino incluso con las bacterias, que de no ser por las ideas preconcebidas y el egocentrismo que define a nuestra especie, la evolución sería considerada un hecho evidente.

Tenemos que ser realmente muy sutiles y ponernos a estudiar los más finos entresijos de la estructura química de las omnipresentes y casi infinitamente versátiles moléculas de proteínas para llegar a encontrar algún rasgo que sea distintivo de cada especie. Después, gracias a las minúsculas diferencias de esa estructura química, se puede llegar a saber cuánto tiempo ha transcurrido aproximadamente desde que dos organismos se ramificaron a partir de un antepasado común.

Al estudiar la estructura de las proteínas no encontramos grandes brechas; las diferencias entre una especie y el resto no son tan enormes como para indicar que no habría habido tiempo para que esa divergencia se desarrollara a partir de un antepasado común a lo largo de toda la historia de la Tierra. Si existiera una diferencia tan marcada entre una especie y las demás, entonces esa especie en particular habría surgido de un glóbulo de vida primordial distinto al que dio origen a todo el resto. Aun así, esta especie habría evolucionado, descendería de otra especie más primitiva, pero no estaría emparentada con ninguna otra forma de vida terrestre. Pero repito que no se ha descubierto una diferencia tal y que no es probable que se descubra.Todas las formas de vida terrestre están interrelacionadas.

Desde luego, el hombre no está separado de otras formas de vida por alguna enorme diferencia bioquímica.

Bioquímicamente está dentro del grupo de los primates, y sus diferencias no son más acusadas que las de los otros miembros del grupo. De hecho, parece estar estrechamente emparentado con el chimpancé, cuya estructura proteínica es más parecida a la humana que la del gorila o el orangután.
así que los antievolucionistas tienen que defendernos sobre todo del chimpancé. No cabe duda de que si, como dijo Congreve, «miramos a un mono largo rato», en este caso a un chimpancé, tendremos que admitir que no existe ninguna diferencia vital entre él y nosotros, excepto el cerebro. ¡El cerebro humano es cuatro veces mayor que el del chimpancé!

Incluso esta considerable diferencia de tamaño es fácilmente explicable por la teoría del desarrollo evolutivo; sobre todo, teniendo en cuenta que los fósiles de homínidos tienen cerebros cuyo tamaño está a medio camino entre el del chimpancé y el del hombre moderno.

Pero es posible que un antievolucionista no considere dignos de atención los fósiles de homínidos y continúe afirmando que lo que cuenta no es el tamaño físico del cerebro, sino el tipo de inteligencia que opera a través de él.

Podría argumentar que la inteligencia humana sobrepasa de tal modo a la del chimpancé que cualquier posible relación entre las dos especies está totalmente descartada.

Un chimpancé no sabe hablar, por ejemplo. Los esfuerzos por enseñar a hablar a las crías de chimpancé no han tenido ningún éxito, por muy pacientes, hábiles y prolongados que hayan sido. Y sin el lenguaje, el chimpancé no es más que un animal; un animal inteligente, pero nada más que un animal. Con el lenguaje el hombre se eleva a las cumbres de Platón, Shakespeare y Einstein.
¿Pero no estaremos quizá confundiendo la comunicación con el lenguaje? No cabe duda de que el lenguaje es la forma de comunicación más exquisita y eficaz que existe.
(Nuestros dispositivos modernos, de los libros al aparato de televisión, transmiten el lenguaje de diferentes formas, pero sigue siendo lenguaje.)… ¿Pero acaso se trata de la única posibilidad?

El lenguaje humano está basado en la capacidad humana de controlar los rápidos y delicados movimientos de la garganta, la boca, la lengua y los labios, que. al parecer, están bajo el control de una porción del cerebro llamada «circunvolución de Broca». Si la circunvolución de Broca resulta dañada por un tumor o un golpe, el ser humano sufre afasia y es incapaz de hablar y de comprender el lenguaje… Pero un ser humano que sufra de esta enfermedad sigue siendo inteligente y puede hacerse entender por gestos, por ejemplo.

La parte del cerebro del chimpancé equivalente a la circunvolución de Broca no es suficientemente grande o suficientemente compleja como para posibilitar la aparición de un lenguaje en el sentido humano. Pero, ¿y los gestos? Los chimpancés en estado salvaje se sirven de gestos para comunicarse…

En junio de 1966 Beatrice y Allen Gardner, de la Universidad de Nevada, escogieron un chimpancé hembra de un año y medio de edad a la que llamaron Washoe, y decidieron intentar enseñarle el lenguaje de los sordomudos. Los resultados les dejaron asombrados, a ellos y a todo el mundo.

Washoe aprendió con facilidad docenas de signos y los utilizó adecuadamente para comunicar deseos y expresar conceptos abstractos. Inventó modificaciones que también utilizó adecuadamente. Intentó enseñarle el lenguaje a otros chimpancés, y estaba claro que disfrutaba con la comunicación.

Otros chimpancés han sido entrenados del mismo modo. Algunos han aprendido a ordenar fichas imantadas sobre una pared de diferentes maneras. En estos ejercicios demostraron que son capaces de tener en cuenta la gramática, y cuando sus instructores construían deliberadamente frases sin sentido no se dejaban engañar.

Tampoco se trata de reflejos condicionados. Todas las pruebas indican que los chimpancés saben lo que están haciendo, del mismo modo que los seres humanos saben lo que están haciendo cuando hablan.

Naturalmente, el lenguaje de los chimpancés es muy simple comparado con el del hombre. El hombre sigue siendo el más inteligente con gran diferencia. Pero la proeza de Washoe demuestra que nuestra capacidad de hablar sólo se diferencia de la del chimpancé de manera cuantitativa y no cualitativa.

«Mirar a un mono largo rato.» No hay argumentos válidos, excepto los basados en alguna autoridad mística, que puedan negar el parentesco del chimpancé con el hombre o el desarrollo evolutivo del Homo sapiens a partir del Homo nosapiens.

NOTA

Durante las últimas dos décadas me he preocupado mucho por apoyar el punto de vista evolucionista de la vida y el Universo y por oponerme a las ridículas afirmaciones de los que hablan de «creacionismo científico», un respetable sinónimo (en su opinión) de lo que no es más que «mitología religiosa».

Esto me ha convertido en uno de los principales blancos de las denuncias de los fundamentalistas, sobre todo desde que soy presidente de la Asociación Humanista Americana. Sin embargo, esta situación no me molesta.

Estoy orgulloso de la clase de acusaciones que me lanzan y del tipo de denunciantes a los que atraigo.

Pero hay algo que me asombra. No creo que los fundamentalistas piensen que nada que yo pueda escribir vaya a hacer tambalearse su fe en la verdad literal del mito bíblico de la creación. Están seguros de ser firmes como el acero, duros como el granito, fieles a su credo, leales a sus creencias, inconmovibles ante la tormenta.

¿Y qué les hace creer que yo soy distinto? Algunos me envían sus pequeños folletos y panfletos y homilías; parecen creer que sólo necesito algunas frases primitivas para renunciar a tres siglos de cuidadosos y racionales descubrimientos científicos así como así. ¿Acaso creen tener el monopolio de las convicciones firmes?


21/8/13

Pasen y vean la podredumbre que hay tras la privatización sanitaria. Por V.Gutierrez Millet

¿Qué se esconde detrás de la privatización de la sanidad Pública?

El doctor Victor Gutiérrez Millet que fue jefe de nefrología del hospital 12 de Octubre, habla sobre las trampas que está usando el gobierno de Madrid para privatizar la sanidad pública. Fue uno de los médicos que debían haber estado hasta los 70 años por contrato y que de repente fueron cesados, jubilados o despedidos del cargo de un día para otro. Todo gracias a la impresentable plana mayor de dirigentes mafiosos que tenemos en la Comunidad de Madrid.
No tiene desperdicio y es fantástico para profundizar y aprender  sobre el tema de la sanidad y su problemática actual. Sobre todo viniendo de un esperto que lleva 40 años ejerciendo
También es curioso como él mismo en otras entrevistas se define como de derechas y votante del PP, para que no haya dudas en cuanto que podría ser un topo de la oposición que quiere fastidiar al PP, lo cual le da mucho mas valor a sus apreciaciones sobre la estafa sanitaria. En otras declaraciones suyas ha dicho que hay que hacerles perder las próximas elecciones y desprivatizar o expropiar la sanidad, ojo dice "expropiar".
Hay que reconocer que han hecho un mal negocio con él, ya que no para de dar charlas, conferencias y escritos a favor de la sanidad pública y a su vez en contra del PP madrileño, al que tilda no de derecha sino de ultraderecha que solo piensa en beneficios privados y no en la salud de los pacientes.
El vídeo dura unos 30 minutos pero merece la pena

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